El hombre católico, el beisbolista, el cuentista, víctima de «la mafia»

de la torreVicente Leñero, el católico, en la Cuba comunista; Vicente Leñero, el beisbolista, en los campos de la Liga Maya bateando un jonrón; Vicente Leñero, el novel periodista en la revista Claudia, comparte páginas con José Agustín y Gustavo Sainz.

Vicente Leñero, el periodista implacable con quienes traicionaron aExcélsior; Vicente Leñero, el escritor que ganó el premio Biblioteca Breve; Vicente Leñero, el intelectual, con Gabriel García Márquez en un viaje en el que descubrió el ego y la vanidad del Nobel; Vicente Leñero, el amigo, en la casa de Felipe Cazals, echándose unos tragos y confesando que ya no quiere escribir novelas: “Me cansan mucho, son muy pesadas”.

Gerardo de la Torre fue su amigo durante unas cinco décadas, así que los recuerdos lo asaltan sin orden cronológico, como si fueran capítulos de un libro del propio Leñero, tan dado “como buena parte de nuestra generación —dice Gerardo— a andar buscando nuevas maneras de contar, lo cual logró muy bien; ahí están como muestra novelas como El garabato y Estudio Q.

I

El capítulo uno de esta amistad se escribió a mediados de los años sesenta en la redacción de la revista Claudia: “una de sus grandes aspiraciones era ser reportero, hacía mucho periodismo y publicó un librito que se llamó Elderecho de llorary otros reportajes con el Instituto de la Juventud”. Entonces la memoria de De la Torre da un salto, deja al Leñero joven y aparece el de los últimos días: “Por cierto, él nunca escribió en computadora: hasta meses antes de su muerte seguía escribiendo en su máquina de escribir, esa Remington de teclas ‘como corcholatas’, decía”.

Ahora en la década de los setenta, recuerda cuando Leñero ganó dos años consecutivos un concurso de cuento de la UNAM: “Él traía algo del teatro, del cine, de la literatura muy metido en él”, dice De la Torre para tratar de explicar su talento. Luego, otros saltos hacia el futuro para confirmar su dicho: “Con el paso de los años, todo mundo recurría a él para que le arreglara sus guiones. A La ley de Herodes (Luis Estrada, 1999) le metió mano al final. También lo hizo en El Marlboroy el cucu (Javier Patrón, 2007), llegaron y le dijeron de última hora “arréglanos esto”. En Televisa lo hizo muchísimo con telenovelas como La trampa (1988) y El refugio (2006)”.

El capítulo tres de los recuerdos de Gerardo de la Torre es más bien una tercera entrada con las bases llenas, tres bolas, dos strikes y dos outs. Es, por cierto, la medianoche. En el montículo está el actor Jesús Ochoa, yerno de Leñero. Año 2000. Lugar: la Liga Maya, en el surponiente de la Ciudad de México. En los jardines juegan otros actores cuyo rostro y nombre se pierden no tanto en la penumbra de la noche sino del recuerdo de Gerardo de la Torre. Solo se sabe que venían de dar sus funciones de teatro. Al bate el turno es de Leñero. Lanza Ochoa. El escritor echa el bat hacia atrás. Pero la memoria de De la Torre deja en suspenso el resultado. ¿Quién ganó? Es lo de menos, según explica citando al propio Vicente: “Ahí está su obra de teatro de beisbol de Los perdedores. Por ahí decía que los perdedores son más interesantes que los ganadores”.

II

La frase sirve para dar otro salto, no en el tiempo sino de faceta: el escritor que triunfó a pesar de la mafia. “Nos hicieron los mandados”, dice Gerardo al referirse a la crítica de, por citar a uno, Huberto Batis, quien fue especialmente duro cuando se publicó Los albañiles.

Al recordar aquel episodio, el amigo de Leñero tiene especial deferencia por Joaquín Díez Canedo, el editor que, sin hacer caso a las críticas, decidió enviar Los albañiles al concurso que finalmente le daría el prestigioso premio Biblioteca Breve. “Vicente decía que Joaquín se pasaba por el arco del triunfo a la mafia”, remata.

“Yo no sé si fue por su catolicismo o porque esas mafias eran muy cerradas. El caso es que no lo aceptaban. Pero luego ganó ese premio y fue un escritor muy exitoso.”

Lo católico lo lleva de nuevo al pasado, cuando el joven Leñero acudió a Cuba para cubrir un Congreso del Partido Comunista. Los camaradas, enterados de su religión (a la que consideraban el opio del pueblo), insistían en hostilizar al periodista. “Hasta que —cuenta De la Torre— apareció Arnoldo Martínez Verdugo (el socialista mexicano más destacado de ese tiempo) y les pidió que lo dejaran en paz. ‘Es que es un católico’, vociferaron los comunistas. ‘Es un periodista decente’, reclamó Martínez. El adjetivo fue suficiente para convencerlos”.

El siguiente capítulo de su amistad sucede sin orden. Se revuelven sus reuniones a principios de los ochenta para escribir el programa de televisión Tony Tijuana con las reuniones en casa de Felipe Cazals en las que hablaban mal de todo mundo, excepto de los presentes.

De Tony Tijuana escribieron 50 capítulos pero solo se grabaron 20. Era una serie policiaca protagonizada por Pedro Armendáriz en el papel de un agente que enfrenta casos inspirados de la vida real. “En uno de los guiones yo incluí la anécdota de una amenaza que le llegó a Leñero de parte de José Zorrilla, entonces titular de la Dirección Federal de Seguridad y acusado del asesinato del periodista Manuel Buendía”.

La serie pronto fue cancelada. Se parecía demasiado a la realidad como para ser comprendida por el televidente: el final siempre queda abierto a la impunidad.

De la Torre recuperó los guiones, le cambió el nombre al agente y luego los publicó en forma de libro. Vicente reconoció sus líneas, pero en lugar de reclamarle, le pidió permiso para utilizar a ese nuevo agente policiaco en una novela que estaba escribiendo. Por supuesto que le dijo que sí. De ese tamaño era su complicidad.

De la casa de Cazals los recuerdos son más bien irónicos. “Leñero se sabía todos los chismes de la política, yo de la literatura y Felipe del cine. Nos reuníamos para hablar mal de todos”, cuenta. Hasta que un día llegó a la reunión Gabriel García Márquez y pidió que, por favor, no hablarán de él. Los contertulios cumplieron, pero el Nobel se fue muy molesto porque nadie hablaba de él.

De la Torre remata: “Y a pesar de todo, de las mafias, del gobierno, del dogmatismo, de no ser un gran beisbolista, Vicente se forjó un lugar en la literatura”.

III

Allí se detiene para contar la última etapa de la vida de su amigo: “Un día, cuando acababa de publicar La vida que se va (1999), me dijo que ya no quería escribir novelas”. Es un libro en el que depuró su técnica de encrucijadas a partir de una anciana que recorre primero su vida y luego lo que pudo haber sido su vida, sin saberse exactamente cuál es la verdadera.

En ese trance de cansancio es donde De la Torre recuerda a su colega: “Me contaba que las novelas le pesaban porque eran tres o cinco años de estar revisando. A veces es más cómodo, no más fácil, hacer cuentos”.

“Yo nunca lo vi decepcionado de la literatura”, dice
Gerardo de la Torre, y para demostrarlo, como si fuera un libro de Vicente Leñero, comienza otra vez a recordar los inicios de aquel joven que, mientras hacía periodismo en Claudia, ganaba dos premios de cuento en la universidad, y no solo eso, sino que iba a Cuba a cubrir un Congreso del Partido Comunista.

Algunas obras de Vicente Leñero:

– Periodismo de emergencia

Editorial: Debate

Año: 2007

Reportaje, crónica y entrevista

– Gente así

Editorial: Alfaguara

Año: 2008

Novela

– Teatro completo I

Editorial: FCE

Año: 2008

Teatro

– Teatro completo II

Editorial: FCE

Año: 2011

Teatro

– Más gente así

Editorial: Alfaguara

Año: 2013

Novela