El lado alemán del fin nazi

EXCELSIOR

El sello mexicano Sexto Piso traduce por primera vez al español la célebre novela Final en Berlín, aparecida originalmente en 1947

CIUDAD DE MÉXICO.

Como sabemos, abundan las novelas y otras expresiones artísticas acerca del Holocausto, y con toda razón, dado el carácter espeluznante de todo lo sucedido, pero no existen tantas novelas que de alguna manera narren el lado alemán del final del régimen nazi, con lo que implicó para los alemanes comunes y corrientes tanto la locura y la perversión del nazismo, como la destrucción de sus ciudades y sus vidas a manos del avance aliado”, señala el editor y escritor Eduardo Rabasa a propósito de la novela Final en Berlín (1947), del escritor berlinés Heinz Rein (1906-1991), ahora publicada por primera vez en español por la editorial mexicana Sexto Piso.

Una pregunta que surge a menudo respecto al régimen nazi es en qué grado y por qué la gente colaboró con ellos, y en Final en Berlín vemos la historia de un soldado desertor y de un valiente grupo que organiza una célula de resistencia, incluso ante el pavor absoluto que genera saber lo que habría de sucederles si acaso fueran descubiertos”.

Con este inusitado punto de vista, Rabasa menciona que la novela de Rein “está en consonancia con el famoso término de
Hannah Arendt de ‘la banalidad del mal’, en el sentido de que los arquitectos del régimen más terrorífico en la historia de la humanidad en realidad eran unos hombrecillos un tanto patéticos, quizá más adeptos en azuzar el miedo y la ansiedad provocados por una situación política extrema como la que vivía Alemania antes del ascenso del nazismo que otra cosa”.

Sin embargo, “dado el horror y el carácter maligno tanto de Hitler como de los nazis, es bastante comprensible que ahí se haya centrado buena parte de la narrativa, así como por supuesto en el sufrimiento de los judíos a causa del exterminio. Por otro lado, aunque sea una cuestión complicada, es innegable que algún punto de colaboración y complicidad existió por parte del pueblo alemán, pues Adolf Hitler y un pequeño grupo de energúmenos no podrían haber llevado a cabo una destrucción a tal escala por sí solos”.

Poniendo en evidencia a las ideologías como las grandes mentiras que unos cuentan y que otros quieren o son obligados a creer, Rein hace con su novela una radiografía que todavía puede ayudar a leer algunas abominaciones de nuestro presente, “ante el auge de personajes o movimientos de ultraderecha con claros tintes fascistas, tanto en su simbología como en su discurso, o en su disposición a utilizar el miedo y el odio como principales vehículos para suscitar pasiones políticas”.

A fin de cuentas —dice Rabasa—, parecería que el ser humano tiene una necesidad irrenunciable de creer en algo que lo trasciende (de ahí la pertinencia de la frase de Carl Gustav Jung: “La religión sólo puede ser sustituida por la religión”), y que principalmente en tiempos de precariedad económica, o de cambios culturales producidos por ejemplo por fenómenos como la migración, o incluso por el cambio tecnológico (por no hablar del climático), las sociedades son más proclives a dejarse arrastrar por estos discursos apocalípticos que, por lo general, tratan de cifrar en otro al que se tilda de maligno (los judíos en la Alemania nazi, los migrantes ilegales y los musulmanes en EU hoy) todos los males que aquejan a la sociedad, incluso si no existe una evidencia realmente sostenible para pensar que así sea. Es pura ideología irracional y, por desgracia, en la actualidad podemos constatar que sigue siendo un mecanismo político sumamente efectivo”.

Finalmente, para el editor las escenas con más peso simbólico y emocional de la novela son las que se llevan a cabo en una serie de reuniones clandestinas en la taberna de un miembro de la resistencia, “pues incluso ante la escasez de comida, de cerveza, ante el miedo constante a ser sorprendidos por la policía secreta, ante el carácter aparentemente fútil de todos sus esfuerzos, prevalece un aire de camaradería y de amistad que incluso se extiende desde un comienzo a cualquier desconocido que parezca sumarse sinceramente a la causa, y esa fraternidad ante el horror puede ser la única arma política con la que cuente mucha gente en tiempos de urgencia o desesperación. Incluso el hecho de que de pronto se permitan bromear o hablar con ligereza es ya en sí un hecho de un valor incalculable, frente al cual como lectores es muy difícil no quedar maravillado o conmovido”.