El mayor problema que enfrenta la lengua española es la pereza: Fernando Iwasaki

EXCELSIOR

El autor peruano charló con Excélsior sobre su libro Las palabras primas, con el que ganó el IX Premio Málaga de Ensayo

CIUDAD DE MÉXICO.

El mayor problema que enfrenta la lengua española es la pereza de sus hablantes, esa pereza del que omite el uso de la palabra con el significado preciso, afirma el narrador y ensayista Fernando Iwasaki (Lima, 1961), quien se encuentra en México para presentar su libro Las palabras primas, con el que obtuvo el prestigiado IX Premio Málaga de Ensayo.

El volumen incluye una treintena de textos plagados de humor, en los que reflexiona sobre los desafíos del lenguaje en un mundo que celebra las Tecnologías de la Información y el Conocimiento (TIC), ese mundo repleto de pantallas que no ayudarán a leer más, el mismo que abandona la escritura a mano, que usa el diminutivo como forma de cordialidad y donde sus principales idiomas derivan hacia un esperanto mutante trufado de expresiones en inglés.

Me preocupa si un hispanohablante no es capaz de discernir las magnitudes que separan una ofensa de una traición o un malentendido de una trifulca, que confunde el perdón con el servilismo y la humildad con el cálculo interesado, porque su incompetencia no sólo será lingüística sino emocional”, dice en entrevista con Excélsior.

Para entender esta idea, el autor nos dice que hay una lengua que le importa mucho: el japonés, esa lengua que su padre nunca le enseñó, pero donde descubrió que no existe la palabra ‘amor’. Y aunque sí existen palabras para designar el deseo o el afecto por un amigo, por un hijo, un padre o un animal, el amor no contaba con una palabra, pues todas las relaciones “se arreglaban”. Esto hizo que la lengua japonesa contemporánea designara el término ‘love’, para cubrir esa ausencia.

El español no tiene ese problema y si nosotros no empleamos las palabras precisas es por pereza; a mí me preocupa esa pereza que nos lleva a tener un universo de palabras cada vez más limitado”, advierte el también autor de Libro de mal amor.

Pero también le preocupa la pereza que nos lleva a refugiarnos en fórmulas, tal como sucede cuando un político lo hace a través de su cuenta de Twitter. “Entonces pienso que cuando la pereza nos lleva a refugiarnos en fórmulas, hemos perdido toda posibilidad de nombrar esas sensaciones terribles que nos sobrecogen cuando suceden desgracias o alegrías. El gran riesgo del español es la pereza y sólo puede resolverse con educación”.

 

IRON MAN, EN TROYA

 

Otra reflexión plantea por Iwasaki en Las palabras primas es una crítica mordaz a la manera como el ensayo ha sido secuestrado por el mundo académico, lo que ha provocado que termine lleno de referencias bibliográficas y teorías.

Así que él propone abandonar la solemnidad y volver a los ensayos de Chesterton, Ibargüengoitia y Julio Torri, donde la gente era desenfadada, porque, como dice Bertrand Russell, “contra la solemnidad, la mejor arma es el ingenio”.

¿A qué se refiere con las palabras primas?, se le cuestiona al autor. “Sé que soy un discapacitado numérico o un minusválido aritmético. Pero si hay números primos, por qué no habría palabras primas, es decir, esas palabras que nos permiten viajar a través del tiempo y el espacio, que nos hacen recorrer lugares geográficos remotos e ir al Siglo de Oro y exhumar palabras que a lo largo de los siglos y en diferentes regiones han tenido significados que han variado poco o muchísimo, como sucede con la palabra ‘aguacate’”.

¿Eso no sucede con la palabra ‘papa’? “La palabra ‘aguacate’ ha viajado por el mundo y se ha conservado, pero las papas que salieron de Los Andes y le dieron de comer a toda la humanidad tienen un sustantivo que no tuvo la misma fortuna. Eso me interesa. Es curioso cómo España conquistó América, pero no usó la papa hasta que Napoleón los invadió. ¡Es una locura! Y eso me causa duda: ¿por qué Cervantes no comió papa y Shakespeare sí?”.

¿La tecnología ha modificado nuestra forma de entrar en contacto con la lengua? “Me declaro torpe para usar algunas tecnologías. Pero sí sé que, cuando escribo en un teléfono o iPad, los diccionarios incorporados me corrigen y me proponen la palabra que quiero escribir. Yo me rebelo ante eso, aunque imagino que habrá personas más dóciles que lo aceptan; ahí es donde perdemos el dominio de nuestra expresión”.

¿Nos han invadido los emoticones? “Hoy ya no se pide que la gente hable, sino que tenga buenos resultados en Instagram. Sin embargo, nosotros venimos de un mundo donde hay que dar pésames, pedir perdón y, a veces, decir ‘no’. Quizá un día aparezca el emoticón en forma de ataúd, pero nada reemplazará a un abrazo o a una mirada. Hoy nuestra necesidad se ha convertido en negocio y algún día sucederá lo mismo con el sueño, será negocio, y continuaremos trabajando, porque llevamos los celulares a todas partes y con eso ha desaparecido nuestro tiempo de ocio”.

¿A dónde van las palabras perdidas? “Al mismo lugar donde van esas medias que nos lavan en casa y nunca aparecen. Hace poco conversaba con personas de la Academia de la Lengua y me decían que debemos usar esas palabras en peligro de perderse; se desarrolló un algoritmo que informará su uso y nos ayudará a saber si aún siguen vivas”.

¿Qué hacer ante la pereza para usar el lenguaje? “La tecnología es lo de menosLa Odisea y la Ilíada fueron escritas en papiro, tablillas, incunables y libros electrónicos. Esas historias seguirán siendo lo mismo sin importar el soporte. Lo que sí podemos hacer es enseñarle a los chicos (la historia de las palabras), como sucede con el troyano que puede infectar el disco duro, llamado así en memoria del caballo de madera que inclinó la balanza en una guerra, o contarles que la armadura de Iron Man viene de la armadura de Aquiles”.