La Antigua, el río que Duarte iba entregar a Odebrecht

Excelsior

Javier Duarte intentó entregar hasta recursos naturales de Veracruz. Durante su mandato, el ex gobernador quiso ceder el río La Antigua a Odebrecht para que la empresa brasileña, señalada por actos de corrupción en varios países de Latinoamérica, incluido México, construyera una presa y una hidroeléctrica.

Lo llamaron Proyecto de Propósitos Múltiples Xalapa. Querían abastecer, sin que hubiera necesidad de tal cosa, de agua y electricidad a la capital del estado, a costa de más de 21 comunidades aledañas que dependen del agua de este río, según aseguran pobladores y académicos.

De hecho, el proyecto ha continuado, pero el actual gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, asegura a MILENIO que lo impedirá: dice que ha rechazado este proyecto desde que tuvo noticia del mismo y descartó, categórico, que vaya a permitir que se concrete.

«No era yo gobernador todavía, era un ciudadano común y corriente, (pero) me opuse, denuncié esa negociación, denuncié que había un compromiso del gobierno del estado de darle a esa empresa (Odebrechet) 300 millones de pesos. Por fortuna se logró detener gracias a la movilización de los habitantes, se logró detener esa obra y obviamente yo no permitiré que se continúe».

La Antigua, también conocido como río Pescaditos, es uno de los afluentes más importantes de Veracruz, según explican ambientalistas, y desde 1935 cuenta con una protección emitida por el presidente Lázaro Cárdenas para que no sea alterado su curso.

Eso no importó a los dos últimos gobiernos priistas en la entidad. Los comuneros acusan que desde tiempos de Fidel Herrera se inició este proyecto, y que ya con Javier Duarte se buscó concretar.

Los locatarios de al menos una decena de municipios se opusieron a esta construcción desde que comenzaron a percatarse del ingreso de maquinaria a diferentes comunidades, hace más de siete años.

«Desde 2010 instalaron censores para medir los niveles de agua y movimientos geológicos. A pesar de esto, el gobierno se daba a la tarea de decirnos que no era cierto», explica Gabriela Maciel, prestadora de servicios turísticos en la zona.

Los pobladores argumentan que este proyecto público-privado afectaría gravemente su forma de vida: muchos dependen del ecoturismo; otros son campesinos que utilizan el agua para regar sus plantaciones; muchos más son pescadores.

En octubre de 2013 el rechazo a este proyecto escaló: en una reunión realizada en el municipio de Jalcomulco, a casi una hora de distancia de Xalapa, la autoridad le confirmó a los opositores la intención de llevar a cabo la obra.

El encuentro era de rutina. Anualmente se juntan prestadores de servicio de ecoturismo, locatarios y funcionarios en materia ambiental para tratar la limpieza del río y otros temas, pero los opositores aprovecharon para preguntar sobre la maquinaria que estaba en la zona.

«Nos dijeron que solo estaban haciendo estudios para ver la posibilidad de construir una presa», evoca José Luis Rodríguez, poblador de Jalcomulco.

Los comuneros no aguantaron más, y tras confirmar sus miedos se trasladaron a la orilla del río, a la altura de la población conocida como Tamarindos, para desalojar la maquinaria que pudieran.

Unos días después fueran recibidos por algunos diputados en el Congreso del estado. Ahí les explicaron el proyecto.

«Pusieron de víctima a Xalapa, nos dijeron que se está quedando sin agua potable, y entonces pensaban hacer la presa para mover el agua de aquí a allá», asegura Rodríguez.

Los locatarios mantuvieron su rechazo. La situación estuvo en calma unos meses, hasta que los mismos diputados que los recibieron unas semanas atrás, le aprobaron a Duarte el proyecto. A decir de los opositores, Duarte entregó permisos exprés a Odebrechet. Entonces el diálogo se rompió.

El domingo 19 enero de 2014 los comuneros se reunieron de nueva cuenta en el centro de Jalcomulco, ahora ya constituidos como los Pueblos Unidos de la Cuenca Antigua por los Ríos Libres.

Decidieron que el siguiente día se plantarían de forma permanente a pie de la carretera para evitar el avance de la obra, e impedir también el ingreso a los trabajadores de Odebrecht, que a través de siete filiales intentaban realizar esta obra.

«Llegamos a las 6 de la mañana, veníamos todos con ese furor, traíamos batucada, hasta mariachis, éramos más de 500 personas, nos pusimos en la entrada de esta carretera y, ¿sabes qué? Llegamos y ya nadie entra'», recuerda Rafael Cid, campesino de la Cuenca.

Casi cuatro años después siguen haciendo guardia. Actualmente, en ambos lados de la carretera se encuentra una docena de pobladores. En un costado está lo que pareciera una casa de tabique a medio construir dividida en tres cuartos: uno funge como cocina, otro como baño, y lo que puede llamarse el dormitorio con una modesta cama.

Afuera hay unas maderas que adaptaron como mesa y sillas. Todo esto está techado con una carpa. Este es el campamento «principal».

Del otro lado, otros más están sentados en sillas de plástico y bajo una lona que los cubre de los más de 30 grados que se tienen en la zona. Sobresale en ese costado un altar a la virgen de Guadalupe.

Ahí permanecen los comuneros por horas y en turnos. Cuentan con un radio para comunicarse con sus «compañeros de lucha», quienes también están haciendo guardia en la comisaría ejidal, inmueble al que le adaptaron bocinas y una torreta para convocar al pueblo en caso de ser necesario.

A mitad de la carretera, un par de pobladores botean. «Por tu apoyo seguimos defendiendo nuestro río», se lee en una manta, una de las tantas que han colocado con la exigencia de que no se construya la presa.

Los automovilistas y turistas que pasan por el lugar no son los únicos que los han apoyado: académicos y organizaciones ambientalistas respaldaron su rechazo a este proyecto, principalmente la denominada La Asamblea Veracruzana de Iniciativa y Defensa Ambiental (Lavida).

«Xalapa no necesita agua, necesita que sus fuentes de agua sean conservadas, que los bosques del cofre del Perote sean preservados. Eso es lo que realmente se necesita, no una cortina de 100 metros de altura», explica Emilio Rodríguez, ambientalista e integrante de Lavida.