Teléfono equivocado

numero-equivocadopor Horacio Corro Espinosa

Así como hay personajes y lugares que forman parte de la tradición, con las llamadas telefónicas equivocadas bien se podría integrar una antología.

Hay un tipo de llamadas que al marcar por error nos conduce a un número desconocido. Así es como recibimos esas llamadas que sin más ni más te llegan sin ninguna referencia: Oye, dile a Malena, que Luisa me avisó que no puede ir a la boda de la Lupe porque su mamá se puso mala y la tuvo que llevar al Seguro y tal vez mañana la operen. ― ¿Quién habla? ―Pues yo. ―Y quién es yo. Pues yo, baboso, Ruperto… ― ¿Y con quién quiere hablar? ¿No es el teléfono de Malena? No que yo sepa, y (Clic.)

Esto es frecuente en los teléfonos fijos, pero sucede porque los números más o menos se parecen, y por lo mismo, repiquetea a cada momento esa llamada en el número equivocado.

Al levantar el auricular, sin que el que llama escuche el “bueno”, ya está diciendo: dígale a doña Petra que en quince minutos le volemos a llamar. Supuestamente marcaron el número de una caseta telefónica pública, y quince minutos significa el tiempo que el mensajero llevará el recado a doña Petra para que ésta espere su llamada. Quince minutos más tarde ahí está el repiqueteo para que ya esté a la bocina doña Petra. En esa segunda llamada se aclaran las cosas: que no es el número que marcaron, que no conocen ahí a ninguna doña Petra y que la población que buscan es en otro estado del país. Entonces, el que paga la llamada cuelga inmediatamente para que no le cobren ni un segundo más de esa equivocación.

Y cuando el teléfono fijo o el celular suena a las tres de la mañana, ocurre una de tres cosas: se emborrachó algún amigo a quien le urge que escuchemos a los mariachis porque a través del aparato le cantarán las mañanitas. Alguien está gravemente herido en un hospital o está en la cárcel por chupe. O, es un número equivocado. A esa hora basta cualquiera de estos sucesos para helamos el corazón.

El sólo saber que necesitamos ese aparato todo el tiempo, vivimos en la dependencia y, a veces, en la desesperanza. Los que no tienen celular ni teléfono en casa y les urge hacer una llamada, tienen que salir a la calle en busca de un teléfono de banqueta. Salir a buscar uno de estos en la madrugada es como un dolor de parto o un diente fracturado.

Con los números equivocados nos damos cuenta de nuestra fragilidad. Se me hace que los teléfonos son como la mítica Torre de Babel, nos acercan demasiado al cielo, y si a las tres de la mañana suena el aparato, nos devuelve de sopetón a la tierra y todo para que ni nos digan: disculpe, me equivoque.