‘Un millón de gusanos’ novela que retrata a los 90

1316948De vender sus ejemplares de ‘Adiós, Princesa’ a 50 pesos, Rogelio Flores se convirtió en el ganador del Premio Lipp de Novela con ésta obra

CIUDAD DE MÉXICO.

Hace una década, el escritor Rogelio Flores (Ciudad de México, 1974) montó un puesto en el Tianguis del Chopo para vender libros. ¡Sus libros! Más bien, una centena de ejemplares de Adiós, princesa, su primera antología de cuentos. “¡Llévelo, lleve su Princesa!”, le gritaba a los marchantes que casi agotaron los ejemplares en un par de días; entonces costaban 50 pesos cada uno.

Ahora este escritor chilango que ha colaborado en publicaciones como Arcana yGuardagujas sueña con impulsar el proyecto Fruta Editorial y conversa conExcélsior sobre Un millón de gusanos, historia que lo llevó a ganar el Premio Lipp de Novela 2015 y le ha otorgado efímera fama.

La novela cuenta la historia de Román, un adolescente punk de ánimo gótico que quiere ser un dandy, un alma rebelde de los años 90 que experimenta el primer amor, la amistad y el exceso, un lector de Pablo Neruda que intenta superar el duelo por la muerte de Rubén, el hermano gemelo que lo persigue en forma de recuerdo a lo largo de una Ciudad de México que funciona como telón de fondo.

“El libro se ubica a principios de los 90, justo cinco años después del sismo de 1985, en la colonia Roma, donde vive Román, ese espacio físico que entonces era un barrio modesto”, explica Flores.

La novela también nos recuerda que en aquella época la globalización no dominaba el mercado, que no existían grandes franquicias y entonces vivíamos en una urbe distinta, apunta el autor. “Creo que hoy los chicos que tienen la edad de los personajes poseen referentes multiculturales de todo el mundo; ahora ven series estadunidenses y usan otros códigos culturales. Además, debo agregar que mi poeta favorito es Efraín Huerta, quien escribió mucho sobre la ciudad”, añade.

Así, Un millón de gusanos consigue mostrar la cultura pop de los años 90, donde todos utilizaban casetes para grabar música o escuchaban estaciones como WFM y Rock 101, y se divertían en lugares como el Rockstock, el Tutti y el Look, donde circulaba hierba, anfetaminas y ácidos.

“Yo creo que cuando los lectores de mi edad la lean se identificarán con algunos episodios, porque ahora ya no salgo y no tengo ese tren de vida, pero sí iba a
Rockstock. Ahora todo es diferente, los chavos de esa edad esperan el festival Corona Capital o el Vive Latino y pueden ver cualquier grupo en el Auditorio Nacional. En nuestra época no era así.”

Otro de los ángulos que sostienen esta novela es la nostalgia, reconoce Flores. “Porque cuando uno es niño no se añora nada, lo único que se tiene es el presente y un pasado inmediato que es muy breve, es decir, no tiene uno la paleta de colores emocionales que sí hay a los 40”.

Definitivamente sí hay muchas añoranzas en esta historia, aunque no me gustaría pensar que es algo únicamente melancólico… espero que más bien los lectores se diviertan con la novela, añade.

POESÍA Y ERROR

Otro elemento significativo de la novela son los ecos poéticos de Neruda que tiene el personaje principal, quien cita versos del Poema 16 o El Tigre, en una alusión directa a los escritores de su época que comenzaron su acercamiento literario a través de la poesía.

“En mi caso me di cuenta de que era muy malo, que yo no vibraba en la frecuencia de los textos poéticos, pero siempre he leído mucha poesía. Sin embargo, en el caso de Román retrato a un lector de poesía que en alguna ocasión fingirá ser Pablo Neruda, aprovechándose de la ignorancia de quienes no lo han leído”.

Acto que el propio autor fingió durante su juventud, al igual que sus amigos cercanos, “con esas ínfulas de que somos muy sensibles y cultos por el simple hecho de leer poesía, cuando realmente no es así, sólo eres un chavo que ha leído algo que los otros no”.

Con ello Rogelio Flores sólo corrobora que uno de los temas que más le obsesionan es el de la juventud, el cual ha llevado a toda su obra. “Hace años se proyectó la cinta El curioso caso de Benjamin Button, basada en un relato de Scott Fitzgerald, donde se habla de cómo es injusto que la experiencia nos llegue cuando ya estamos viejos y se dice que lo ideal sería tener experiencia cuando tienes fuerza, ánimo y ganas de hacer todo”.

Por esa razón ha vuelto una y otra vez al mismo tema, “porque me agrada la idea de que el joven es ingenuo, se equivoca y no pasa nada, pues tiene todo lo que viene para rectificar sus errores”.

Así que en esta novela los personajes se aventuran a experimentar sin importar la posibilidad del error. “Recordemos que la novela empieza cuando el personaje se pasa un alto mientras fuma hierba. Pero claro, él aún está en la búsqueda de su personalidad, su identidad, de sí mismo”.

Sin embargo, en esta historia el autor añade un ingrediente: la dualidad de las personas y la necesidad de hallar personas afines. “Mira, la novela es un juego de espejos y en esta historia a veces es muy literal; por ejemplo, cuando Román va a Garibaldi y pide dos tragos, uno para él y otro para su hermano. Entonces se toma uno y al tomar el otro voltea al espejo y piensa en su hermano muerto”.

Pero al mismo tiempo encuentra en Berenice el amor y su alma gemela y su amigo Félix no sólo es su amigo, sino el hermano que ya no está ahí. “En lo personal, me gustó mucho la idea de que tengas un fantasma rondándote y que éste sea tu hermano”.

Para cerrar la entrevista, el autor habla sobre la literatura como género o búsqueda de la verdad. “Mira, no es una pose, pero pienso que la literatura no sirve para nada. Nunca pienso si las historias que cuento servirán para algo, porque además de que un escritor no puede vivir de esto como proyecto de vida, nada garantiza que quienes lo lean serán personas buenas o mejores”.

“En general escribo porque me divierte hacerlo, pero en el fondo la escritura no sirve para gran cosa, más que para divertirnos y estar felices. Leer es un acto hedonista, y aunque se lean los clásicos sólo se hace porque es algo placentero.”

Esto no significa que la literatura no sea importante y que pueda llegar a ser un negocio para los amantes de las letras. “No sé si soy muy ingenuo u optimista, pero creo que lo editorial sí puede ser negocio; quizá no hemos llegado a encontrarle lo sexy a los libros”.

De ahí que en los próximos meses se dedicará a impulsar su proyecto Fruta Editorial, que mezclará librería con juguería en un mismo espacio, el cual se convertirá en un sello editorial. Así que ahora sus amigos le dirán, en broma, que ya pasó de marchante del Chopo a escritor juguero.