Jojutla, la vida que se reconstruye después de 160 días del 19-S

EXCELSIOR

Población trabaja para levantar la región; las construcciones de las nuevas casas tienen ya castillos y son levantadas con tabique, block de cemento y adobe

CIUDAD DE MÉXICO

De la esquina de Cepeda Medrano y la avenida Constitución del 57 desapareció una refaccionaria; hoy lo que recibe a quien llega a la cabecera del municipio de Jojutla, Morelos, son los restos de una casa amarilla de tres niveles, de lo que antes era un balcón sobresalen unas varillas y cuelga, sucia e inerte, una bandera de México.

Es inevitable que vengan los recuerdos del fatídico sismo del 19 de septiembre del año pasado. Aquí parece que todo sucedió hace apenas unas semanas. Los arcos del Palacio Municipal parecen erráticas jaulas por la forma en la que tuvieron que apuntalarlos para sostener lo que queda del edificio.

Y las historias trágicas brotan, a partir de este punto, a cada momento. Una mujer embarazada murió aplastada por una de las cúpulas del palacio; otra más falleció por el impacto de aquella imagen. Hoy se siente una aparente calma en este zócalo, la gente no se detiene a ver los restos y camina sin preocupación en el rostro.

Unos metros más adelante, frente al Auditorio Municipal, se instaló una carpa con un par de negocios de comida, parecen limpios y las mesas son ocupadas, en su mayoría, por jóvenes que ríen y platican ajenos al ajetreo que provocan las labores de excavación y limpieza de la avenida principal. La vida sigue.

Pero hay zonas que no pasan desapercibidas por la magnitud de los daños. Media cuadra de negocios y casas desapareció, aunque algunas construcciones parecen haber resistido orgullosas el embate. En la esquina había un edificio de Telmex, sólo quedó su esqueleto.

En el extremo opuesto hay un par de casas en obra negra que dan cuenta de que algunas personas sí recibieron un apoyo económico.

Pero en medio de este paraje, una vivienda se negó a caer o a ser derrumbada, por dentro la reforzaron con vigas que debieran aguantar unas 30 toneladas. Pero en el piso siguen los escombros, los trozos de tabique y una estufa con enseres encima.

Las pinturas de los muros que resistieron los embates del temblor dan pistas de qué solía haber ahí: una farmacia, una cremería o la estación de autobuses, como un rompecabezas que aguarda a ser resuelto.

Entonces hemos de ver el encuentro entre las distintas formas de construir y la amalgama de materiales de los que se echa mano para poner en pie las colonias. Tabique, block de cemento y adobe. Eso sí, ahora todos tienen castillos para no repetir los errores cometidos, porque muchas casas se cayeron por la técnica, o la falta de esta, en su construcción, no por su antigüedad o los materiales.

Hacia las 11 de la mañana el sol arremete sin piedad como castigando a los albañiles que trabajan en los muchos lugares donde hace falta. Donde pueden, se sientan a almorzar disponiendo de todos los guisados al medio y dividiendo los kilos de tortillas para que alcancen todos.

No tienen ningún problema en compartir también una caguama para hacer frente a la jornada de trabajo.

Pero no todos han corrido con buena fortuna ni sentir el abrigo de la solidaridad. Claudia cuenta cómo está a punto de ser desalojada del predio donde estaba su casa porque los papeles están a nombre de un tío, quien no tiene miramiento en que ella salga de ahí.

Ya se le pasaron a Claudia todas las oportunidades de pedir y recibir apoyo del gobierno o alguna institución privada por culpa de una cuestión legal. Duerme, con sus hijos y su mamá, en una casa de campaña que donó China mientras esperan la audiencia donde les indicarán cuándo desalojar el terreno.

Al caminar por las calles más tranquilas, se pueden observar marcas en las puertas. Las verdes indican que están bien y listas para ser habitadas de nuevo, aunque no todos los propietarios hicieron caso por temor a una violenta réplica. Las amarillas sólo tuvieron daños superficiales, aunque bien vale hacerles algún arreglo. Las de marca roja serán demolidas irremediablemente.

De repente, como un albur, se ve un letrero que anuncia la venta de un inmueble.

Otras personas han puesto manos a la obra y afuera de su casa hay un montón de escombros o uno de materiales para reparar los daños. Por más que la fachada de la casa se vea intacta, algunas precisaron arreglo, como una cirugía.

De algunas viviendas se despide un olor a pintura fresca o a pasta y se escucha el ritmo de una cumbia en la radio que se confunde con el sonido de las cucharas y las palas moviendo la mezcla. Afortunados, recibieron sólo un aviso de la naturaleza.

La colonia Emiliano Zapata es una de las más dañadas por el temblor. Ahí se vino abajo toda una cuadra y 17 personas murieron. Pero los que sobrevivieron se niegan a irse.

Les donaron casas de campaña y lonas y hacen su vida con tanta normalidad como pueden.

Eso sí, se negaron a dejar que el gobierno se quedara con el crédito de la ayuda otorgada, por lo que colgaron mantas o rotularon sus refugios temporales agradeciendo a la iniciativa privada y a los distintos gobiernos que acudieron en su auxilio.

Los más viejos de la comunidad se sientan y, con rostros circunspectos, parecen esperar a que todo esté de vuelta a la normalidad, como supervisando la labor que ahora les corresponde a las nuevas generaciones. Sus ojos no reflejan ninguna prisa.

Pero al llegar a la plaza de Jojutla el ritmo vuelve a tomar velocidad y el comercio no se detiene, se niegan a cerrar, aunque un enorme martillo haga vibrar su mercancía y levante una polvareda.

El olor a carnitas abre el apetito y se ofrecen gorditas rellenas de chales o congeladas para mitigar el calor y el hambre.

Los carritos del mandado tropiezan con las grietas y los hoyos en el pavimento, pero nadie desacelera el paso, no cuando se ha sobrepasado un obstáculo de 7.1 grados. El mercado parece preservar la vida.