Joyeros del tiempo; Anticuariato en México

1344341Un volumen rescata por primera vez, a través de 150 fotografías, la historia del coleccionismo de antigüedades en el país, con énfasis en el siglo XX

Desde las sofisticadas tiendas de antigüedades en lugares como la Zona Rosa o la colonia Juárez, hasta los populares mercados de pulgas en La Lagunilla o San Ángel, el arte de coleccionar en México tiene una historia más antigua de lo que se piensa.

Los recibos y las facturas que conservó el coleccionista, fotógrafo y empresario Franz Mayer Traumann (1882-1975) permiten indagar sobre el comercio de antigüedades a principios del siglo XX.

De acuerdo con esos documentos, en el número 24 de la calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, existió una tienda que tenía el nombre de Aztec Land. En este establecimiento, Mayer compró muchas de sus antigüedades (hoy exhibidas en el museo que lleva su nombre), entre 1919 y 1923, al dueño Otto Ranbeck.

Muchos años más atrás, el intelectual Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) fue uno de los primeros acumuladores de objetos antiguos. Más cercano al espíritu de lo que en Europa se conoció como museo-gabinete, su colección estuvo integrada por aparatos científicos flamencos, códices indígenas y piezas arqueológicas; e incluso la muela de un “elefante gigante” que, con seguridad, correspondía a un mamut que fue encontrado en las obras del desagüe de Huehuetoca (Estado de México).

Estos datos los proporciona el investigador de la UNAM, Gustavo Curiel, quien junto con otros historiadores y especialistas, bajo la coordinación de Elena Horz de Sotomayor, han conformado uno de los primeros libros realizados en el país sobre la historia del arte de coleccionar antigüedades.

Con el título de Anticuariato en México, el volumen de casi 300 páginas, que incluye más de 150 imágenes, forma parte de la colección Cultura y Pasado de México, que desde hace más de 40 años edita la empresa Smurfit Kappa.

Anticuario puede referirse a aquella persona que estudia las cosas antiguas, también al que se dedica a la restauración y comercialización de antigüedades, o bien, al establecimiento donde se venden antiguallas de todo tipo.

El libro habla de todo eso al mismo tiempo, pero se detiene a contar con detalle la historia de más de medio centenar de casas, galerías y personajes que han hecho de la actividad su forma de vida.

El coleccionismo, dice Elena Horz en entrevista, “surge como una necesidad de conservar; desde la época prehispánica, Moctezuma mismo coleccionó por ejemplo animales exóticos, tenía su zoológico y se allegaba de objetos interesantes de culturas de Sudamérica. Posteriormente, en el virreinato se dio lo que se conoció en el siglo XVIII como gabinetes de curiosidades, que era ese cúmulo de objetos y de cosas raras, de animales, piezas de arte, que  las personas de muy altas esferas se interesaban en coleccionar y atesorar”, dice.

Ya en el siglo XIX, comienzan a crearse colecciones botánicas o de mineralogía, también de arte y etnográficas de distintas partes del mundo.

En México, refiere en el libro la historiadora de arte Hilda Urréchaga, en el siglo XIX existieron dos establecimientos comerciales dedicados a la venta de objetos suntuarios, que pertenecían a los hermanos José y Attilio Tangassi, donde vendían desde mármoles italianos a cristales franceses.

El cuerpo principal de Anticuariato en México ha sido elaborado por Urréchaga. A partir de documentos y entrevistas con los propios coleccionistas o, en algunos casos, con sus viudas y conocidos, elabora un exhaustivo recuento de los personajes que en México han convertido una pasión individual en toda una actividad comercial y artística.

“El deseo de coleccionar a diferentes escalas nos surge a todos desde niños; no hay quien no coleccione algo siendo niño: timbres, estampas, monedas, corcholatas, etiquetas. Es una necesidad que a lo largo de los años tal vez vamos inhibiendo, pero el coleccionista es una persona ávida de muy diversos tipos de objetos, no necesariamente de objetos caros, hay quien colecciona cosas cotidianas”, dice Elena Horz.

“Está por ejemplo el Museo del Objeto (MODO), que tiene en su colección empaques y objetos publicitarios que el señor (Bruno) Newman fue coleccionando a lo largo de su vida. No necesariamente el coleccionismo debe ser de cosas carísimas, como lo puede ser la colección del Museo Franz Mayer, que tiene un acervo enorme de plata o una de pintura, como en el caso de (Carlos) Slim”, agrega.

El recuento panorámico de los anticuarios mexicanos del siglo XX aparece intercalado con secciones dedicadas a diferentes objetos, que han sido algunas de las joyas más buscadas por los coleccionistas; piezas como los conocidos cocos chocolateros, que se usaron para la bebida a finales del siglo XVI; cristal grabado que llegaba de Europa o los preciados gobelinos, que surgieron en el siglo XV en Francia.

El libro de Smurfit Kappa no está destinado a la venta, se trata de un tiraje de dos mil 600 ejemplares que aparece de manera bilingüe y depositado en un empaque diseñado especialmente, que es distribuido entre los clientes y proveedores de la empresa pero también donado a bibliotecas de universidades y de instituciones públicas para que pueda ser consultado.