Logran escapar del desastre en BCS tras 72 horas de caos

Karla Hernández, de 24 años, y sus tres amigos llegaron al aeropuerto de San José del Cabo sin saber si había ya un puente aéreo, si ya había forma de salir de la zona dañada por Odila. Lo que sabían -o creían saber- era «de oídas».

«Nadie nos decía nada, era de lo que íbamos escuchando, de pronto pasaban personas y nos daban informes, pero no era nada seguro».

Habían pasado tres días incomunicados en el hotel Royal Solaris tras el paso del huracán Odila por Baja California Sur. Entre escombros, los jóvenes esperaban con otros huéspedes del hotel el momento en que sabrían si el aeropuerto empezaría a dar servicio.

La luz y los servicios de comunicación en Baja California Sur se colapsaron el lunes 15 de septiembre a la 1:00 de la mañana luego de que el huracán Odila tocó tierra en Cabo San Lucas, después de tres días el huracán se había ido pero 30 mil turistas permanecían incomunicados.

En el hotel no había agua ni luz y era imposible avisar a sus familias que estaban bien. «El martes empezamos a ver helicópteros de la Policía Federal», explica Karla.

Pero la falta de luz hacía imposible su estancia en el hotel. «No teníamos agua, fue horrible. El calor era insoportable, porque no había luz y no había aire acondicionado».

La única información que obtenían a cuentagotas era de los trabajadores del hotel en que se habían hospedado el viernes. La noche del martes, un día después del paso del huracán, el gerente del hotel les informó que iban a ser evacuados.

«Vimos que llegó una persona de Protección Civil a hablar con el gerente del Hotel. El martes por la noche nos dijeron que el gobierno había hecho un compromiso de sacar ya a todos los turistas en las próximas 48 horas, que seríamos evacuados», dijo.

La mañana del miércoles llegaron taxis de la ciudad de San José del Cabo para transportarlos al aeropuerto. «Eran taxistas. No nos cobraron nada. Nos dijeron que cualquier propina era bien recibida. Les dimos 30 pesos y una botella de agua, que era lo único que nos quedaba», explica.

Al llegar, lo primero que vieron los jóvenes fue una fila interminable que rodeaba las afueras del aeropuerto. «La fila iba fuera del hotel y de la terminal en la calle. Entrabas a la terminal a hacer fila cuando tenías tu avión, estabas 10 minutos y salías en el avión», dice.

El sol era insoportable, pero nadie se salía de la fila para no perder el lugar. Miembros de la Policía Federal repartían agua y algunos trabajadores de las aerolíneas sombrillas.

Karla y sus acompañantes se formaron por más de cinco horas para poder subir a uno de los aviones que los llevarían de regreso a sus casas. Aun con las molestias el sentimiento en el aeropuerto era de alivio por la promesa de dejar el estado.

«Ya estábamos resignados a estar ahí mucho tiempo. Más bien felices porque ya estábamos a unas horas de subirnos a un avión. Medio bromeábamos con la gente de adelante, de atrás.

Había un ambiente de mucho apoyo. Nos compartíamos agua y papitas, medio bromeábamos, medio contábamos nuestras historias», explica Karla.

Luego de días de incomunicación, cansancio e intenso calor los jóvenes lograron subirse a un avión que se dirigía a Querétaro para continuar en camión su camino rumbo a la Ciudad de México.

Aunque para ellos la pesadilla vacacional terminó después de tres días, para muchos turistas apenas empezaba. «Cuando llegamos y ya casi salíamos en el avión, la fila seguía igual de larga que cuando llegamos al aeropuerto», dice.

Hacen fila para salir de La Paz

Paloma de la Riva, de 27 años, llegó a La Paz con un grupo de 20 personas el viernes y pudo irse, en un avión de Interjet, hasta el miércoles 17. «Las cosas estaban caóticas en La Paz. Había tres gasolinerías abiertas y se hacían colas de tres horas», dice.

En la casa rentada en donde se encontraba Paloma no había luz, agua, ni teléfonos desde el lunes. Sin información de ningún tipo, algunos de los jóvenes decidieron salir en un automóvil al aeropuerto de La Paz.

«Iban al aeropuerto, que quedaba como a 20 minutos de donde nosotros estábamos, a preguntar y regresaban a la casa. No había, luz, agua, internet, comunicación, nada», dice.

Así fue como se enteraron que habían habilitado vuelos a la Ciudad de México. «El miércoles llegamos al aeropuerto de La Paz. Llegamos muy temprano porque sabíamos que iba a ponerse difícil. Nos formamos en una fila enorme. Nos pidieron clave de reserva del avión y el nombre».

«Justo el día que nos íbamos llegaron los aviones militares al aeropuerto a sacar a la gente que seguía varada», dijo.  

La joven explica que la cantidad de personas era «impresionante».  Luego de cinco horas y de varios días de cansancio, Paloma de la Riva logró tomar un vuelo y regresar a la Ciudad de México.