Instrumentos mexicanos, en búsqueda de un museo

anos-logrado-reunir-mil-piezas_MILIMA20150809_0026_8El etnomusicólogo lleva cuatro décadas adquiriendo una gran diversidad de piezas con las que se interpreta la música tradicional del país; pretende exhibirlas al público en un recinto.

XAVIER QUIRARTE
09/08/2015 01:53 AM
México
El nacimiento de Guillermo Contreras fue anunciado con un tema musical: cuando a su padre le hicieron la clásica pregunta: ¿qué fue: niña o niño?, respondió con un silbido que reproducía el tema de la película El tercer hombre.

Hoy, el etnomusicólogo vive, literal y metafóricamente, rodeado de música. No se piense que es descortés si no ofrece un sitio para sentarse, pero en su estudio la música reina y a ella se pliegan quienes lo visitan. Los instrumentos tradicionales de su vasta colección rodean al visitante y captan irremediablemente su atención. Junto con los que tiene en su casa, suman más de cuatro mil piezas, muchos de ellos en vías de extinción.

Es preciso caminar con cuidado, pues donde debieran estar la sala y el comedor, las recámaras o la cocina, los instrumentos se apilan y entrecruzan en una inusitada armonía que, por momentos, desafía las leyes de gravedad. Lo mismo ocurre con los pasillos y los muebles que albergan parte de su colección de libros (esa sería otra historia, por no hablar de su discoteca de música tradicional mexicana).

La historia de su afán coleccionista inició hace cuatro décadas, cuando era estudiante de arquitectura, al tiempo que descubría la nueva canción. Gracias al hijo del último embajador del gobierno del presidente chileno Salvador Allende en México, en una ocasión conoció al grupo Inti Illimani y a Víctor Jara, que habían venido a unas presentaciones.

Dice que le impresionó mucho Inti Illimani por todo el arsenal de instrumentos que tocaban, muchos de ellos poco conocidos en México, como el bombo, el charango y el cuatro.

Después conoció al albacea de Raúl Helmer, el etnomusicólogo estadunidense que se enamoró de México y vivió aquí hasta sus últimos días. “Conocer sus acervos fue recibir un impacto tras otro. Luego, cuando trabajaba en la Comisión Constructora de Salubridad, y ya metido de lleno en el nuevo canto, me di cuenta de que muchos de los trabajadores de las obras que dirigía eran de provincia. A través de uno de ellos conocí en Tlaxcala a un pandillita de músicos que tocaban el bajo quinto, instrumento que fue muy popular en el siglo XIX”, comenta.

Además del bajo quinto los músicos tocaban el bandolón, el salterio y el banjo. Tras viajar casi cada semana para escucharlos, por motivos personales dejó de ir algunos meses y, recuerda que, “como dice el dicho popular, varios se desgranaron como mazorcas. Antes me habían dicho que me regalaban sus instrumentos, pero yo no había aceptado porque pensaba que era un patrimonio valioso que a sus familias les interesaría”.

Contreras ha mantenido una ética a la hora de adquirir piezas para su colección, y no se arrepiente de no haber aceptado los bajo sextos. Desafortunadamente, cuando regresó a Tlaxcala los músicos habían muerto y sus instrumentos sufrieron las consecuencias. “Uno de ellos lo habían usado los nietos como caballito hasta que lo hicieron pedazos. A otro, con el pretexto de que se estaba despegando, le arrancaron la tapa y lo usaron como comedero para los animales, mientras que un tercero lo habían vendido a un muchacho de un pueblo vecino”.

A tocar todo

Ya no eran exclusivamente los instrumentos los que lo motivaban, pues como investigador le fascinaba descubrir los procesos que seguía la música en las comunidades. En sus trabajos, explica, “se veían los cambios, que eran como parteaguas de una cultura. Por ejemplo, había músicos que dejaban las flautas y tomaban los violines, o quienes abandonaban los viejos rabeles y adoptaban los
violines. Estos pioneros de la investigación señalaban los cambios que se dan siempre en las tradiciones musicales, que no son inmutables”.

El especialista también relata que, ya como etnomusicólogo, se dio a la tarea de conseguir más instrumentos y, por si fuera poco, también “a querer tocarlos todos”. Como los instrumentos tradicionales mexicanos no se encontraban en las tiendas de música de la Ciudad de México tuvo que viajar mucho a los pueblos para tratar de encontrar algunos de ellos, como las jaranas, las guitarras panzonas, las guitarras huapangueras o los sirinchos y otros, por hablar solo de los instrumentos de cuerda.

Mientras el coleccionista conversa va tomando los instrumentos entre sus manos para mostrarlos, pero también para pulsarlos, para compartir su particular sonido o platicar alguna anécdota relacionada con ellos.

Artificio de la humanidad

Cuando menos se dio cuenta, Guillermo Contreras ya había reunido cerca de 500 instrumentos. Para entonces ya no los adquiría solo por el impulso de tocarlos, sino que había algo más profundo: “Me di cuenta de que los instrumentos musicales son el mejor artificio de la humanidad, pues más allá de ser prótesis que ayudan a ampliar las posibilidades sonoras del ser humano, tienen tecnología, simbología, estética y una cantidad de valores que ahí se concentran”.

Desde guitarrones y bandolones, guitarras panzonas y caparazones de tortuga, arpas y flautas, tambores y cítaras, ollas de percusión y bajos sexto, violines y contrabajos, tololoches y mandolinas, jaranas y rabeles, monocordios y salterios, guitarras y bombardinos, clarinetes y requintitos, chirimías y marimboles, hasta un instrumento que se llama bote del diablo, entre muchos otros, conforman su vasta colección. Son varias las orquestas tradicionales que se podrían armar con esta colección para hacer una música sensacional.

Asimismo, Contreras asegura que desde que tenía alrededor de mil instrumentos ha pensado en la posibilidad de que las piezas puedan ser reunidas y exhibidas en un museo. Comenzó entonces a buscar instrumentos que no habría adquirido para él, sino para enriquecer el probable museo. “Pensé más en esta idea de crear un tejido en el que se pudiera contemplar un universo de instrumentos musicales, a través de sus cualidades acústicas y de sus materiales y de sus usos, así como de su representatividad histórica y geográfica”.

Guillermo Contreras comenta que varias ocasiones le han ofrecido la posibilidad de hacer el museo, “pero no se ha podido concretar nada. Y conste que no vendo la colección, sino que la daría en comodato, pero que se establezca un compromiso mutuo de cuidarla, acrecentarla y mostrarla. Nuestro país se lo merece. La gran mayoría son instrumentos mexicanos, pero también de otros países. No existe una colección igual a ésta”.

Lo nuevo de lo antiguo

El investigador Guillermo Contreras refiere que varios de los instrumentos de su colección se encuentran a punto de extinguirse, pues muchos ya no se fabrican actualmente. Sin embargo, si pretende que se preserven en un museo no se debe a un mero afán historicista o simplemente de tono nostálgico. “Tengo claro que las tradiciones son manifestaciones socioculturales en movimiento constante. Pero a veces uno encuentra lo más nuevo en lo más antiguo. Eso que me habían dicho de que ‘aquello que es primitivo se acabó’, no es cierto, continúa. Las prácticas de resistencia son muchas y varias tradiciones antiguas han permanecido, como la utilización de la concha de tortuga como instrumento musical”.

Y aunque cada uno de los instrumentos tiene su valor para el investigador y músico, uno de los que más le asombran es precisamente el caparazón de la tortuga. Mientras acaricia la concha, Contreras dice: “Uno se pregunta: ¿cómo es posible que el hueso externo de un animalito ofrece siempre la posibilidad de que las dos lengüetas que quedan sin el cuerpo den siempre un intervalo de cuarta? Es algo asombroso”.