Adelanto editorial: La ciclista de las soluciones imaginarias

1302563Con autorización de Nitro/Press, reproducimos un fragmento de la nueva novela del escritor venezolano

Capítulo 12

La ciclista pedaleó a ritmo veloz, siguió de largo por el centro de la plaza y cruzó hacia la callejuela de la izquierda. Al final giró hacia la derecha y entró a la calle principal. Era un óvalo entrando a nuestra calle principal. En su partida no alcancé a descubrir ninguna figura, es posible que la haya hecho; tan sólo pude percibir la fuga de una ciclista que recién había subido a los cielos para expulsar su rabia. A mi lado, a mi alrededor y más allá, los registradores de situaciones instantáneas bajaban sus dispositivos; en los rostros había una mezcla de admiración y rabia. En la mirada de los hombres había lujuria y en la de las mujeres intriga. Pero esa era la generalidad del caso, algunos varones tenían la intriga y algunas hembras la lujuria (pensé en la intriga como la castración de los deseos). Y recordé al señor Valencia: Amigo Silva, la realidad de nuestro barrio no es muy distinta a la realidad de otros barrios. Al fin y al cabo es la misma realidad para todos… Algunas personas tienen los fines de semana para inventarse algo, pero no se crea, cada vez son menos las personas con fines de semana libres. Usted, amigo Silva, en cierta forma es un afortunado. Debe ser que tiene tiempo o que le está yendo muy bien para que se haga este tipo de preguntas. Ya le digo, cada vez la gente se pregunta menos cuál es la realidad de su barrio. Eso quedó para las Juntas de condominio o para los ayuntamientos. La gente que se dedica a eso tiene tiempo de convocar reuniones para plantearse, entre ellos mismos, cuál es la realidad de su barrio. ¿Acaso usted forma parte de una Junta de condominio o ha regresado a su puesto en el ayuntamiento, apreciado señor Silva? Tiene razón, señor Valencia, esta es gente trabajadora; llevan años haciendo lo mismo (la realidad del barrio es trabajar de lunes a viernes… Dichosos los que aún tienen dos días de descanso). La rutina no deja espacio a la sorpresa. El evento de La ciclista en la plaza debió haber sido para ellos un regreso a los atrevimientos de la infancia. Sin embargo, el final de este juego quizá les dejó una sensación de rabia.

A paso lento partí rumbo al edificio. En el camino fui dejando atrás los grupos, los comentarios, la versión de uno sobre los otros. En un grupo, por ejemplo, cuatro sujetos opinaban eufóricos sobre el evento de La ciclista; enseguida un quinto individuo elevaba la voz para asegurar que se trató de un peligroso suceso inesperado. Poco después los otros comenzaban a cuestionar la aparición de la mujer voladora.

En cada grupo las críticas de un sujeto en particular eran similares; al parecer, estos individuos pretendían disipar el efecto de La ciclista. Uno decía que gracias a esa mujer el barrio perdió tiempo y dinero, mientras otro aseguraba queesa ciclista había sido enviada por un grupo empresarial que pretendía crear un barrio exclusivo de inventores. Alguno, más osado, afirmó que en media hora esa mujer lanzó por la borda toda la mañana y unos cuantos empleos. Esa ciclista es enemiga de los trabajadores… Lo curioso era la exactitud de algunos calificativos: peligroso, suceso inesperado, tiempo y dinero. En la puerta del bar estaban asomados Óscar, Sonia y algunos clientes. Enseguida Óscar se metió en el interior del local; Sonia me vio con disgusto y el resto siguió repitiendo sospechas contra La ciclista. En aquel momento no pude asegurar si Óscar se ocultó para evitar mi presencia, lo que di por descontado fue que él, en aquel grupo, era el quinto sujeto.

Atrás dejé el bar, el árbol y las callejuelas; sabía que los grupos seguían contrariados entre lo que vieron (el efecto de La ciclista) y lo que les indicaba el quinto sujeto (el efecto calma). El evento duró media hora; los rumores, en cambio, llevaban todo el mediodía y amenazaban con extenderse. Una tarde podría convertirse en días, eso lo sabía quien dio la orden de disipar el efecto causado por las acrobacias. De pronto una bocina me impactó, un coche blanco venía pidiendo permiso; el conductor llevaba un pasamontañas negro. En el asiento trasero dos hombres con pasamontañas idénticos sostenían una conversación acalorada, uno era mucho más delgado que el otro. Nunca antes en la zona vi gente con pasamontañas. Los tres sujetos vestían de negro, me dio la impresión de que pertenecían a una extraña mafia.

Minutos más tarde me detuve entre dos edificios: el mío y el de la mujer de la bicicleta. Había salido a buscar trabajo, necesitaba volver a ser el contable de antes. El encuentro conLa ciclista interrumpió mi visita al ayuntamiento ¿Realmente pensaba entrar a la oficina del director de Recursos Humanos? ¿Me hubiese atrevido a enfrentar la mirada de mis ex compañeros? No lo sabía, en las últimas horas (o días) no sabía muchas cosas sobre mis actuaciones. En cierta forma quería volver a pisar suelo firme (Anoche con mi mujer otra vez me sentí el hombre de antes).