Los tres pechos de Ana Bolena y otros mitos históricos

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¿Realmente Ana Bolena tenía tres senos? Y Napoleón, ¿era tan bajo de estatura como lo pintan? ¿El rey inglés Ricardo III era jorobado, Cleopatra una mujer bellísima y Washington usaba dientes de madera? Revisemos estos mitos a la luz de lo que dicen la ciencia y los datos históricos.

Mito: Ana Bolena tenía tres senos

Ana Bolena —o Anne Boleyn, en inglés— fue la segunda esposa de las siete que tuvo el corpulento monarca inglés Enrique VIII, y madre de la reina Isabel I de Inglaterra. Cuando Enrique VIII conoció Ana, que era protestante, él estaba casado con la española y católica Catalina de Aragón. El repudio que el rey hizo de su esposa legítima causó el enojo del Vaticano, pero la respuesta del octavo Enrique fue tajante: se separó de la autoridad de Roma y estableció su propia iglesia, la Anglicana. Debido a esto, Bolena durante muchos años fue blanco de ataques que provenían de la facción católica de Inglaterra y el resto de Europa; uno de ellos, Nicholas Sander, hizo correr el rumor de que Ana tenía tres pezones, lo cual —al igual que tener seis dedos y otras deformidades congénitas— en su tiempo era un signo inequívoco que delataba a una bruja. Sin embargo, no existen pruebas ni registros de que la segunda consorte de Enrique VIII contará con un pezón, un seno o un dedo de más.

Mito: Napoleón Bonaparte era chaparro

La imagen que la mayor parte de la gente tiene de este brillante militar y gobernante francés, es la de un hombre mal encarado, con la mano derecha entremetida en su casaca y de muy corta estatura. De hecho, se dice que él acuñó esa frase de “La estatura de un hombre se mide desde su cabeza hasta el Cielo”. Pero resulta que todo se debió a una campaña de desprestigio en su contra: en realidad, Bonaparte medía alrededor de 1.70 metros, lo cual incluso para los estándares franceses de la época no era una estatura baja; el “pequeño cabo” —o petit caporal, en francés— obtuvo dicho apodo debido a que los soldados que conformaban su guardia personal eran notablemente más altos que él, así que junto a ellos Napoleón debió de haber lucido bastante más bajo de lo que en realidad era. Este mito, desde luego, fue perpetuado por sus enemigos y detractores.

Mito: Ricardo III de Inglaterra era un hombre deforme y jorobado

El protagonista de una de las obras de teatro más conocidas de William Shakespeare es retratado como un hombre resentido, contrahecho y jorobado. Pero los estudios que se han llevado a cabo en su esqueleto revelan que eso no es sino un mito: el monarca padecía escoliosis idiopática adolescente, una enfermedad que consiste en la curvatura de la columa vertebral en forma de C o de S, la cual se presentó en la juventud del rey pero que no resultaría visible si se le observaba ataviado o con armadura. Todo parece indicar que el mito fue difundido por la obra de teatro de Shakespeare, quien era un dramaturgo favorecido y pagado por los Tudor, una casa rival de la Casa de York, a la que Ricardo III pertenecía.

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Mito: Cleopatra era una mujer bellísima

Aunque en muchas representaciones pictóricas y cinematográficas la faraona del Antiguo Egipto es retratada como una mujer muy bella —en el cine, por ejemplo, fue representada por la hermosísima Elizabeth Taylor—, los recuentos de la época hablaban de ella más bien como una mujer de aspecto promedio y con una nariz que quizá muchos de nosotros hoy en día encontraríamos demasiado grande. Su belleza, al parecer, radicaba en otros aspectos: Plutarco elogió su encanto, su inteligencia, elocuencia y su voz armoniosa; así, quizá las descripciones que se hicieron siglos después de su muerte acerca de su belleza tenían más que ver con su personalidad, carisma y encanto personal que con la simetría o armonía meramente físicos de su persona.

Mito: George Washington usaba dientes postizos de madera

En la historia de los Estados Unidos, un mito popular es que el primer presidente de su nación, que hoy figura en el billete de un dólar, había perdido los dientes y los había sustituido por una dentadura hecha de madera. Pero si bien es cierto que Washington tuvo severos problemas dentales —por otro lado, propios de la época— y que a lo largo de su vida utilizó diversos juegos de dientes postizos, hechos de marfil, oro o plomo, es un hecho que en su época no se fabricaban dientes de madera y que él jamás tuvo una dentadura de estas características. Y aunque los orígenes del mito son inciertos, al parecer el asunto se debió a que los dientes de marfil que usaba se ponían amarillentos con el tiempo y daban la impresión de estar hechos de madera; o bien, se trata de una especie de leyenda personal en la que Washington habría tallado él mismo sus dientes en madera: una alegoría del sacrificio que el mandatario hizo de su salud en aras del servicio a su país.