El rock tiene una médula de rebeldía: Pedro Aznar

MILENIO

“El desafío para un autor es identificar dónde están las injusticias para poder contrarrestarlas y pelear desde la trinchera artística”, dice el músico.

México

Se recuerda a sí mismo, hace 35 años, “como un chico artísticamente ambicioso, inquieto, buscador constante… Creo que, a pesar del paso del tiempo, de alguna manera lo sigo siendo; de otra forma, pero creo que eso se mantiene de manera constante”.

Habla Pedro Aznar, cantante, multinstrumentista y compositor argentino que también ha incursionado en la poesía, la fotografía y hasta la vinicultura. En 1978 formó con Charly García, David Lebón y Oscar Moro Serú Girán un grupo fundamental del rock latinoamericano y, en 1983, formó parte del Pat Metheny Group. Inició su carrera solista en 1983 y hasta la fecha ha grabado 10 álbumes en estudio y siete en vivo, además de escribir la música para varias películas.

Aznar, quien presentará el 21 de abril en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris su espectáculo Resonancia, dice en entrevista telefónica que “la música es algo que nunca podría dejar, es parte de mí —o yo soy parte de ella— y somos indivisibles. Hubo momentos de zozobra, como en cualquier carrera, momentos de preguntarme cosas profundas y de revaluar lo que hacía, por qué lo hacía, para quién lo hacía. Pero nunca estuvo en discusión el hecho de hacer o no hacer música”.

Recientemente lanzó Resonancia: 30 años de un viaje (Plaza Independencia, 2017), una caja de 13 discos compactos —disponible en vinilo— con toda su discografía solista, que incluye cuatro canciones nuevas y un disco doble con canciones esenciales. Trabajar en este material, afirma su autor, “implicó una emoción muy fuerte. Volví sobre todos esos discos con el mismo cuidado y el mismo detalle que cuando los hice. De alguna forma fue volver a vivir esas experiencias y esos momentos”.

Resonancias se enriquece con un libro que vuelve los pasos sobre esa etapa. El proceso “fue algo que me sacudió mucho, pero lo hice a conciencia, lo hice adrede. Fue una apuesta conmigo mismo, como una manera de cerrar un capítulo a los 35 años para abrir uno nuevo”.

Empezaste en una época en que el rock era muy contestatario. ¿Sientes que ha perdido esa cualidad?

No, no creo que la haya perdido. Yo creo que el rock sigue teniendo una médula de rebeldía y una necesidad de gritar verdades a la cara. Lo que pasa es que en los años setenta, en gran parte de Latinoamérica vivíamos bajo dictaduras terribles y la falta de libertad era acuciante, agobiante, y el rock era una manera de respirar entre tanta asfixia. Se podría decir que hoy no hay enemigos tan claros. Todavía hay injusticias, y tal vez unas peores, pero no hay un foco tan claro, vienen de todas partes. Hoy el desafío para un autor es poder identificar de dónde vienen las cosas y dónde están esas injusticias para poder, de alguna manera, contrarrestarlas y pelear desde la trinchera artística.

Entre esas sorpresas que te depara tu carrera está el hecho que la viuda de George Harrison subiera tu versión de “Isn’t it a pity” en español a la página del ex Beatle. ¿Cuál es tu sentir?

Es un honor muy grande y una emoción impresionante. Yo escuchaba esa canción cuando tenía 12 años y jamás me hubiera imaginado una cosa así. Fue algo muy hermoso.

En 2016 participaste en Experiencia Piazzolla con el grupo Escalandrum. ¿Qué representa para ti el maestro?

Es un referente de calidad, un músico irreverente que supo abrir fronteras y quebrar moldes, alguien que no se quedó quieto nunca, siempre estuvo abierto hacia cosas nuevas. Fue alguien que cambió para siempre la estética de la música. Hoy el tango en el mundo se define más por él que por otros autores, cosa que en el momento original ni él, ni nadie, lo hubiera supuesto.

El año pasado participaste en un espectáculo en Nueva York en honor a Mercedes Sosa, con quien colaboraste en varias ocasiones, ¿qué te sugiere su nombre?

Ella también es un referente único. Es una de las mejores voces que ha dado Latinoamérica. Uno de sus mayores aportes fue enseñarnos a todos los intérpretes que no hay fronteras musicales, que no hay estéticas que no se puedan tocar. Así, podía interpretar una canción de cuna japonesa al lado de un tema folclórico, un tema de rock o uno de tango, en una época en que todos los compartimientos eran estancos. Los músicos eran, habitualmente, muy prejuiciosos: el que tocaba un estilo no tocaba el otro. Ella abrió una posibilidad.

Sobre tu paso por el jazz, ¿dirías que Pat Metheny fue tu maestro?

No, yo no diría mi maestro, sí diría una especie de hermano mayor musical y un referente, alguien que me inspiró muchísimo.

¿Qué nos puedes decir de tu espectáculo?

Dura alrededor de 2 horas 40 minutos y hacemos cerca de 30 canciones. Además estrenamos dos melodías.