El sangriento asesinato del delfín franquista; a 50 años del atentado
Luis Carrero Blanco era el segundo hombre fuerte del dictador Francisco Franco, pero un atentado de la vasca ETA lo dejó sin vida
EXCELSIOR
MADRID.— El 20 de diciembre de 1973, hace 50 años, una bomba de ETA acabó con la vida de Luis Carrero Blanco, almirante, jefe de gobierno y delfín del dictador español Francisco Franco, en el peor golpe sufrido por un régimen en sus postrimerías.
Carrero Blanco, que tenía entonces 69 años, venía de misa y se dirigía a su despacho cuando la organización independentista vasca ETA (Euskadi Ta Askatasuna, que en euskera significa País Vasco y Libertad) hizo estallar decenas de kilos de dinamita bajo el asfalto delante del número 104 de la calle Claudio Coello, en el céntrico barrio madrileño de Salamanca.
Nunca el régimen franquista había sufrido una humillación semejante. El coche del presidente del Gobierno, un Dodge negro, se elevó más de 20 metros para caer en el patio de un convento de los jesuitas.
Eso lo hizo desaparecer de la escena para los primeros policías, que pensaron al llegar que se trataba de una explosión de gas y no de un atentado, en el que murieron también el chofer y el guardaespaldas del almirante.
Curiosamente, José Miguel Beñarán, alias Argala, uno de los miembros del comando de ETA que perpetró el asesinato en la llamada Operación Ogro, murió cinco años más tarde en Francia en un atentado con bomba perpetrado por la extrema derecha.
A su muerte, Carrero Blanco llevaba seis meses de presidente del Gobierno, pero antes había sido vicepresidente cinco años, y estaba considerado “la eminencia gris” de Francisco Franco, que se fijó en él por un informe que le desaconsejaba entrar en la Segunda Guerra Mundial al lado de Hitler.
Ambos se conocían en realidad desde un breve encuentro en 1925 en la guerra de Marruecos.
Un personaje de época
De estirpe militar, Carrero Blanco combatió en el bando de los sublevados durante la Guerra Civil (1936-1939). Su hermano fue fusilado por los republicanos.
Era la imagen de un hombre nacional-católico hasta las cachas, un hombre que hubiera podido vivir sin problemas en el siglo XVI”, dijo de él el líder comunista español Santiago Carrillo.
Si la portada del diario ABC de aquel jueves de invierno estaba dedicada a la “fructífera visita” a España del entonces secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, que se había reunido con Carrero Blanco la víspera, la del día siguiente rezaba que el presidente del Gobierno había sido “salvajemente asesinado”.
Veinticuatro horas mediaban entre la idea de que Estados Unidos mantenía su bendición al régimen franquista y la del fin de una era.
El funeral de Carrero Blanco sirvió para ver llorar por primera vez en público a un Franco muy viejo y debilitado, que moriría menos de dos años después. El dictador nunca fue “el mismo, pegó un bajón físico y psicológico”, recordó en un documental de la TVE el que era ministro de Asuntos Exteriores de la dictadura franquista, Laureano López Rodó.