Imagínate la escena: generalmente tres o más personas encadenadas, caminando desde el antiguo convento de Santo Domingo, seguidos por decenas de encapuchados cargando antorchas y leyendo rezos en latín y, de vez en cuando, azotándolos. Todo para terminar frente a una hoguera en la cabecera de uno de los parques más bonitos de la ciudad.
Así eran los pasos que la Santa Inquisición hacía pasar a los condenados que eran ejecutados frente al atrio del ex convento de San Diego, una adusta construcción que, desde hace años, ostenta orgullosa una hermosa fachada amarilla.
Y es que en sus más de 300 años de existencia, el ahora Laboratorio Arte Alameda ha tenido varias vidas. Fue convento, salón de baile, imprenta, pinacoteca y ahora es uno de los espacios en donde las expresiones del arte contemporáneo se desarrollan con mayor vigor.
De hecho una de sus características actuales es que solo se presentan obras pensadas y hechas ex profeso para este recinto, ubicado en lo que fuera la Calle del Tianguis de San Hipólito en la Nueva España.
Frente a la barbarie
La orden de San Diego, perteneciente a los franciscanos, llegó al país en el siglo 16, y ya para 1591, cuando 10 frailes del convento de Alcalá llegaron a México, se habían comenzado las obras para realizar el templo y convento adjunto, frente a una de las acequias transportaba agua hacia la capital.
Una de las características de esta orden es el rechazo a tener posesiones materiales, así que aceptaron tanto el predio como la construcción a préstamo, por lo que todos los jueves santos apagaban las luces y entregaban las llaves a los herederos de sus benefactores, la familia de los Mariscales de Castilla, quienes se las devolvían al día siguiente. Así pasó por 256 años.
A lo largo de los años, la extensión del antiguo convento se ha ido reduciendo. Foto: Instagram / Laboratorio Arte Alameda