100 años del azúcar de Celia Cruz

En el año de su centenario, la Casa de América de Madrid dedica a Celia Cruz una serie de actividades que celebran su legado y su historia.

MILENIO 

Una calurosa tarde de enero de 1990, Celia Cruz pidió permiso para acercarse a la valla que divide Cuba de la base naval de Guantánamo, controlada por Estados Unidos, en el extremo sureste de la isla caribeña. Había llegado a la bahía un día antes para dar un concierto como parte de las celebraciones del Día de la Amistad Cubano-Americana y, al bajarse del avión militar que la llevó desde Miami, besó el suelo. Con la emoción contenida en la garganta dijo: “he besado esta tierra en nombre de todos los cubanos que están en el exilio”. Para entonces, la mujer que pregonaba por el mundo que la vida es un carnaval llevaba casi tres décadas sin pisar el país donde nació y creció (el gobierno castrista ni siquiera le permitió entrar al país para asistir al funeral de su madre).

Así que después de deleitar con su guapachosa música a decenas de soldados y empleados del lugar, Celia se puso un traje azul turquesa y unos aretes dorados, se acicaló su melena roja y risada, cogió su bolso negro de piel y caminó hasta la reja fronteriza. Saludó a los guardias, localizó una pequeña rendija y por ahí metió la mano derecha para agarrar tres puñados de tierra cubana con los que llenó una pequeña bolsa de plástico. Cuando llegó a su casa de las afueras de Nueva York, metió la tierra en una caja de cristal y le dijo a su marido: “el día que me muera quiero que me la echen en el ataúd”. Su deseo se cumplió en julio de 2003, después de dos días de homenaje de cuerpo presente en Miami, al ser enterrada en el cementerio de Woodlawn en El Bronx neoyorquino.

El próximo 21 de octubre Celia Caridad Cruz y Alfonso, nombre completo (y correcto) de la Reina de la Salsa, cumpliría 100 años. La Casa de América de Madrid, sin embargo, ha decidido comenzar la fiesta con más de medio año de anticipación. Hasta ahora, he ido a dos conferencias llevadas a cabo en este céntrico palacete en torno a la figura de la intérprete de “La negra tiene tumbao”. En la primera, titulada “Música cubana y nacionalidad”, el musicólogo asturiano Calixto Alonso se ocupó de analizar los aportes de los ritmos populares a la identidad cubana. “A lo largo del siglo XX, por ejemplo, la música cubana, síntesis de lo africano y lo hispano (danzón, bolero, trova, habanera, son guaracha, conga…) se erige como una de las más influyentes (junto al jazz y al rocanrol) en la cultura popular del planeta”, explicó el hombre que también es abogado y se definió como un “cubano de corazón.”

Con el surgimiento de la industria discográfica, en manos gringas hasta la llegada de Fidel Castro al poder, y con la difusión de la radio (y más tarde con ayuda del cine), las canciones de la isla salen de los arrabales y llegan a casi todos los rincones del mundo, “revelando a Cuba”, sentenció Calixto Alonso, “como el país americano con mayor estructura folclórica en la primera mitad del siglo pasado.”

Dos semanas después la charla se tornó entrañable. Corrió a cargo de la filóloga cubana y musicógrafa (así dijo ella) Rosa Marquetti, autora de Celia en Cuba. 1925-1962 (Planeta) y de Celia en el mundo. 1962-2003 (de próxima publicación). La también especialista en derechos de autor dijo que la cantante ahora centenaria “representa la esencia de la cubanidad.” Enseguida se ocupó de desgranar todas las etapas de la carrera artística de su paisana, de su debut en la radio local hasta su internacionalización, pasando por sus años con la Sonora Matancera, su éxito en el cabaret Tropicana (ilustró sus palabras con grabaciones de esa época), el origen de su característico grito ¡Azúcar! (“el principal producto con el que Cuba surtía al mundo y ella endulzaba y bendecía su propia vida y la de su público”) y el exilio que siempre cercenó su espíritu. Fue entonces cuando Marquetti contó la importancia de la tierra para uno de los iconos latinos más importantes de todos los tiempos.

Mientras apunto en mi agenda los siguientes eventos de este centenario (espero no perderme ninguno), pienso en lo mucho que me hubiese encantado conocer a Celia Cruz (y a Lola Flores). Dos de mis maestros, Pete Hamill y Alma Guillermoprieto, sí lo hicieron. Hamill la entrevistó en la intimidad de su camerino después de un concierto en el Madison Square Garden de Nueva York y Alma en la habitación del Hotel Sheraton de Washington, donde se hospedó durante una de sus giras. Ahora voy a releer los textos de ambos, nomás para volver a envidiarlos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *