Fujimori, el «Chino» que llegó a presidente y acabó en prisión

MILENIO

Alberto Fujimori, ingeniero agronómo e hijo de japoneses, fue rector de la universidad pública limeña, La Molina; comenzó su vida política en 1989.

Lima

El indultado ex presidente del Perú Alberto Fujimori, quien recuperó plenamente la libertad después de abandonar la clínica donde estaba hospitalizado, marcó durante años la política reciente del Perú, después de aparecer como de la nada en 1990.

El ex mandatario de derecha populista radical, cuyo gobierno de 10 años (1990-2000) mezcló corrupción y atropellos a la constitucionalidad y los derechos humanos con éxitos en el ordenamiento del país, había sido condenado en 2007 a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad.

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Ahora es un hombre libre merced a un polémico indulto anunciado en Navidad por el actual presidente, Pedro Pablo Kuczynski.

La carrera política de Fujimori comenzó en 1989, cuando quiso postularse al Senado. Cuentan sus compañeros de entonces que, como era desconocido a pesar de que ya estaba en los 51 años, se inscribió además para presidente, algo que entonces podía hacerse y que le permitía mayor figuración.

Fujimori, ingeniero agronómo hijo de japoneses, era rector de la universidad pública limeña, La Molina, de perfil técnico y nula actividad política. Para el resto del país era anónimo, salvo para campesinos que veían el programa de televisión sobre temas agrícolas que con baja audiencia tenía en el canal estatal en las madrugadas.

Sobre lo que ocurrió entonces se han escrito montañas de papel. Dos semanas antes de las presidenciales de 1990, el líder de Cambio 90, nuevo partido populista basado en grupos evangélicos -a los que después desechó- y que prometía «honradez, tecnología y trabajo», estaba quinto en las encuestas con uno por ciento.

Coyunturas irrepetibles hicieron del «Chino» el único que podía vencer al candidato de la derecha, Mario Vargas Llosa. Y en la mayor sorpresa en la historia electoral peruana pasó a segunda vuelta y allí derrotó al novelista, sin otro discurso que el rechazo a la reforma económica liberal propuesta por éste.

Así llegó Fujimori al poder, con apoyo indisimulado del saliente gobierno populista de Alan García y de la izquierda. Y asumió, dicen cronistas, en medio de la sensación de que no sabía qué hacer. Su gabinete tenía incluso cierto sabor izquierdista y sus primeras medidas no mostraban norte.

Eso duró poco. Semanas después, entre el infierno creado por la violencia terrorista y la hiperinflación, apareció el Fujimori real. Aplicó el «shock» que le criticó a Vargas Llosa, enfrentó desafíos reales y aparentes, se peleó con los políticos, se alió con los militares y derramó autoritarismo.

Veinte meses jugó bajo reglas democráticas. Después dio un «autogolpe» y consolidó uno de los gobiernos más polémicos en la historia casi bicentenaria del Perú republicano. De la mano de su asesor Vladimiro Montesinos -y sin dejar de ser además japonés, según se sabría luego-, gobernó con mano dura hasta que la corrupción al desnudo lo hizo desplomar en 2000.

Para millones de peruanos, Fujimori salvó al país al arrinconar al terrorismo, impulsar el crecimiento económico y llevar el Estado a rincones olvidados. Para millones más, fue cabeza de un gobierno gansteril, que mató, robó y dañó las instituciones.

Ahora supuestamente está enfermo, pero muchos no le creen. El partido que sigue su ideario, Fuerza Popular, es el mayor del país y, con todos sus defectos, el «Chino» conserva aún fidelidad de casi un tercio de sus compatriotas. Un botín del que, se asegura, un viejo astuto como él sabrá manejar.

jamj