Relato iconográfico de una nación doliente por Tomás Pérez Vejo

En su más reciente libro el autor expone que somos una memoria en imágenes, tanto en la identidad individual como en la colectiva

EXCELSIOR

La identidad nacional mexicana no fue construida en el siglo XX con el conjunto de obra que crearon los muralistas, sino desde antes, a partir del relato erigido con la pintura de historia, en el siglo XIX, con obras como Fundación de la ciudad de México (1889), de José María Jara; El suplicio de Cuauhtémoc (1893), de Leandro Izaguirre; y La matanza en Cholula (1877), de Félix Parra, entre muchos más.

Así lo muestra Tomás Pérez Vejo en México, la nación doliente, su más reciente libro, donde expone que, como nación, “somos una memoria en imágenes, tanto por lo que se refiere a la identidad individual como a la colectiva”, y en este libro el autor “describe la construcción del imaginario histórico, entendido como una colección ordenada de imágenes sobre el pasado, que permitió a las élites mexicanas del siglo XIX afirmar la existencia de una nación mexicana intemporal”.

Para el historiador, el punto de partida es que la construcción de la nación mexicana surgió hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, “fundamentalmente porque el poder político previo no se legitima en ser representante de una nación, sino que los gobernantes se legitiman por la voluntad de Dios”, explica en entrevista.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII en todos los países “el poder se ejerce no en nombre de la voluntad divina, sino de una nación. Por eso se debió inventar una nación y lo que se hizo fue construir un relato en imágenes que son esas pinturas de historia que yo analizo”.

A partir de esa idea, Pérez Vejo reconoce que pueden surgir varias dudas. Por ejemplo, ¿quién las encarga?, ¿quién las paga? y ¿a quién le interesa que se realicen? Él responde: “Al Estado, y eso es por un motivo: en el mundo contemporáneo, sin nación no hay Estado y aquellos estados que no son capaces de construir y hacer que sus ciudadanos se imaginaran ser parte de una nación… acaban por desaparecer.

“Y aunque un lector podría cuestionar y afirmar que esos hechos históricos sí ocurrieron en la realidad y no fueron inventados, lo cierto es que el lugar y la importancia que se les da varía en función de cómo se quiere construir ese relato”, apunta.

En el caso de México, afirma, el relato se articula sobre un hecho: la Conquista. “Y esto implica que en el siglo XIX se generaron más imágenes sobre lo ocurrido en unos pocos años de la primera década del siglo XVI, sobre el fenómeno de la Conquista, que de los tres siglos del periodo virreinal que, desde el punto de vista de la pintura de historia, no existe: no hay ni una pintura referida a esos tres siglos”.

Además, señala que fue a partir del periodo de Maximiliano y la República restaurada cuando las imágenes profanas desplazaron a las religiosas. “Se creó un relato basado en un mito de nacimiento (época prehispánica), muerte (la Conquista) y resurrección (la Independencia), que se mantendrá a lo largo del tiempo.

“Y esto significa que no hay mucha diferencia entre los relatos de la República restaurada, del porfiriato y la Revolución. Al margen de la técnica pictórica, lo que cuenta la pintura de historia del siglo XIX mexicano es muy parecido a lo que relatan los muralistas de la Revolución, así que no hay ninguna diferencia entre lo que cuenta Izaguirre, los pintores del siglo XIX y lo que pinta Diego Rivera en los murales del Palacio Nacional: es ese mismo relato de nacimiento, muerte y resurrección”, plantea.

Pérez Vejo insiste en que un cuadro no es simplemente un cuadro, sino un discurso y, en todo caso, no es un discurso cualquiera.

“Es un discurso público, entre otros motivos, porque los cuadros que analizo son de gran formato, con lo cual, desde el momento en que fueron creados, no tienen cabida en un espacio privado, sino que tenían como objetivo ser comprados por el Estado y ser expuestos en una institución pública, fundamentalmente en un museo, por tanto, esa voluntad de discurso público es incluso material”, expone.

Finalmente, habla sobre la inamovilidad de este relato que ha trascendido siglos. “No me atrevería a responder si es inamovible. Creo que han sido inamovibles hasta ahora, es decir, llevamos dos siglos con ese mismo relato y, entre otras cosas, se debe a que está detrás de lo que se le cuenta a los niños en las escuelas”.

  • TÍTULO: México, la nación doliente.
  • AUTOR: Tomás Pérez Vejo
  • Editorial: Grano de Sal, México, 2024; 372 pp.